Al momento en el Perú son relativamente
pocos los casos de COVID-19, uno 314 oficialmente, como toda epidemia hay la
posibilidad de que este número no crezca mucho más gracias a las medidas
restrictivas del contacto social, y a la acción de los servicios de salud.
Pero, si no es así, cuántos infectados más pueden llevar a que se amplíe el
plazo del aislamiento social, y con ello todos los efectos sobre la economía y
la vida de los más pobres.
Cada día que pasa es un
sacrificio para el aparato público abocado a controlar la situación. Los
militares y policías se arriesgan al contagio, pudiendo en cuarteles y comisarias
contagiar a sus colegas. El personal de salud, lo pasa peor ya que puede llevar
cada día el virus a su hogar. El personal que hace el recojo de la basura y la
limpieza pública camina barrio por barrio a riesgo de infectarse.
En una cuarentena el país gasta
los recursos y reservas de todos los peruanos, incluso se endeuda para atenderlos.
Si todo esto dura poco en un corto tiempo los resultados económicos del aparato
productivo peruano compensarán las pérdidas. Y todo volverá a la normalidad.
Pero, ¿si no es así?
Quizás sea el momento de pensar
en las organizaciones sociales de base, aquellas que fueron capaces de combatir
el hambre y el terrorismo con la misma fuerza, y siempre triunfaron. Y refiero
específicamente a las que tienen control territorial, tales como juntas
vecinales, comités de regantes, clubes de madres, comités de vaso de leche,
comedores populares, comunidades nativas y campesinas, rondas campesinas, etc.
Estas organizaciones tienen 7
capacidades muy útiles en el control de una epidemia, las que paso detallar:
1. Organizar
a la población para cumplir las tareas que el servicio público ya no puede
atender, y hacer que la gente cumpla una serie de acciones como la limpieza, la
vigilancia epidemiológica, el apoyo a los desvalidos, el aislamiento de los
contagiados, o sospechosos de contagio, etc.
2. Controlar
el desplazamiento y actividades de las personas para reducir su exposición.
Hay que recordar que un policía que controla la calle difícilmente conoce a la
gente con la que se cruza, y viceversa. Sin embargo, en una organización social
la gente se conoce, y sabe que seguirán viendo mucho tiempo después de esta
epidemia. Esto hace que la capacidad coercitiva de una organización de base sea
mayor.
3. Informar
tanto a la población como a los sistemas de salud y fuerzas del orden. Una
organización puede llevar la información a sus miembros con rapidez y puede
convertirse al mismo tiempo en una red de inteligencia sanitaria.
4. Educar
a la población sobre todo en las medidas de bioseguridad y prevención que
necesitan saber, así como de otras estrategias para palear las dificultades que
implique la epidemia, el aislamiento, entre otros.
5. Asistir
a los desvalidos, como parte del organizarse para atender la crisis que
implica la epidemia, la solidaridad y la ayuda directa pueden ser conducidas
desde organizaciones sociales.
6. Alimentar.
En el último de los casos los comedores populares, clubes de madres,
comités de vasos de leche, ollas comunes o cualquier otro mecanismo solidario
de alimentación puede palear el hambre que sufren las familias que viven de la
informalidad o que son victimas del desempleo.
7. Distribuir.
Adecuadamente orientadas las organizaciones sociales de base pueden hacer
llegar mediante padrones, los alimentos, medicinas, material de limpieza y
otros bienes a cada familia, convirtiéndose en canales de distribución.
Hay barrios o localidades donde
la enfermedad no ha entrado, y que podrían organizase para que no entre. Y al
mismo tiempo mantener los servicios mínimos para una vida digna colaborando con
el aparato público.
Es momento de pensar en el rol
activo de la población.
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