jueves, 9 de julio de 2020

EL VALOR DE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES EN UNA PANDEMIA





Al momento en el Perú son relativamente pocos los casos de COVID-19, uno 314 oficialmente, como toda epidemia hay la posibilidad de que este número no crezca mucho más gracias a las medidas restrictivas del contacto social, y a la acción de los servicios de salud. Pero, si no es así, cuántos infectados más pueden llevar a que se amplíe el plazo del aislamiento social, y con ello todos los efectos sobre la economía y la vida de los más pobres.
Cada día que pasa es un sacrificio para el aparato público abocado a controlar la situación. Los militares y policías se arriesgan al contagio, pudiendo en cuarteles y comisarias contagiar a sus colegas. El personal de salud, lo pasa peor ya que puede llevar cada día el virus a su hogar. El personal que hace el recojo de la basura y la limpieza pública camina barrio por barrio a riesgo de infectarse.
En una cuarentena el país gasta los recursos y reservas de todos los peruanos, incluso se endeuda para atenderlos. Si todo esto dura poco en un corto tiempo los resultados económicos del aparato productivo peruano compensarán las pérdidas. Y todo volverá a la normalidad. Pero, ¿si no es así?
Quizás sea el momento de pensar en las organizaciones sociales de base, aquellas que fueron capaces de combatir el hambre y el terrorismo con la misma fuerza, y siempre triunfaron. Y refiero específicamente a las que tienen control territorial, tales como juntas vecinales, comités de regantes, clubes de madres, comités de vaso de leche, comedores populares, comunidades nativas y campesinas, rondas campesinas, etc.
Estas organizaciones tienen 7 capacidades muy útiles en el control de una epidemia, las que paso detallar:
1.       Organizar a la población para cumplir las tareas que el servicio público ya no puede atender, y hacer que la gente cumpla una serie de acciones como la limpieza, la vigilancia epidemiológica, el apoyo a los desvalidos, el aislamiento de los contagiados, o sospechosos de contagio, etc.

2.       Controlar el desplazamiento y actividades de las personas para reducir su exposición. Hay que recordar que un policía que controla la calle difícilmente conoce a la gente con la que se cruza, y viceversa. Sin embargo, en una organización social la gente se conoce, y sabe que seguirán viendo mucho tiempo después de esta epidemia. Esto hace que la capacidad coercitiva de una organización de base sea mayor.

3.       Informar tanto a la población como a los sistemas de salud y fuerzas del orden. Una organización puede llevar la información a sus miembros con rapidez y puede convertirse al mismo tiempo en una red de inteligencia sanitaria.

4.       Educar a la población sobre todo en las medidas de bioseguridad y prevención que necesitan saber, así como de otras estrategias para palear las dificultades que implique la epidemia, el aislamiento, entre otros.

5.       Asistir a los desvalidos, como parte del organizarse para atender la crisis que implica la epidemia, la solidaridad y la ayuda directa pueden ser conducidas desde organizaciones sociales.

6.       Alimentar. En el último de los casos los comedores populares, clubes de madres, comités de vasos de leche, ollas comunes o cualquier otro mecanismo solidario de alimentación puede palear el hambre que sufren las familias que viven de la informalidad o que son victimas del desempleo.

7.       Distribuir. Adecuadamente orientadas las organizaciones sociales de base pueden hacer llegar mediante padrones, los alimentos, medicinas, material de limpieza y otros bienes a cada familia, convirtiéndose en canales de distribución.

Hay barrios o localidades donde la enfermedad no ha entrado, y que podrían organizase para que no entre. Y al mismo tiempo mantener los servicios mínimos para una vida digna colaborando con el aparato público.
Es momento de pensar en el rol activo de la población.

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